sábado, 1 de octubre de 2011

Relato del beso al leproso


Tardecita de la Umbría en un mes de primavera huele el viento a menta fresca, a viñedos, a hojas nuevas, a granados florecidos  y a rocío entre la hierba.

Por un camino musgoso  que hacia Asís derecho lleva, va Francisco Bernardone de regreso de una fiesta,  silencioso y pensativo, con su alazán de la rienda.

Gusta de andar, paso a paso,  en la penumbra creciente, y una emoción nueva y pura,  entre su pecho se enciende,  como una rosa purpúrea, que lo perfuma y lo hiere.

Tristeza que no se explica,  dulzura desconocida, desgano de lo que era hasta ese instante su vida,  entretejida de fiestas y de mundana alegría.

Mozo gallardo es Francisco,  rico, elegante, lujoso, galanteador de doncellas, culto y fino como pocos.
¿Por qué ese hastío que llega a morderle como un lobo?
¿Por qué tan joven ya siente que sus caminos son otros?

Hace mucho que unas voces entre sus sueños le hablan con acentos misteriosos que no precisan palabras, y anda intranquilo Francisco sin comprender qué le pasa.

Y esa tarde, tan inquieto, que dejó temprano el baile, va por la senda ya en sombras
pensando en cosas distantes.

Paso a paso va Francisco, paso a paso su caballo, y una dulzura sin nombre desciende desde lo alto.
Paso a paso anda Francisco, triste, intranquilo, callado.

De pronto, desde el ribazo se alza una voz plañidera:
-¡Dadme, por Cristo, una ayuda antes que de hambre me muera!

Sorprendido paró el mozo, miró hacia abajo asombrado, y vio una cara de monstruo surgiendo junto al vallado.

Y una mano tumefacta, terrible mano leprosa,  le interceptaba el camino tendida hacia la limosna.

Hurgó bolsillos y cinto, abrió la bolsa vacía, en tanto la boca horrible desesperada gemía:
-¡Ved, señor, cuanta miseria!
¡Qué interminable agonía! 
¡Dios prueba a sus criaturas en esta tierra de Umbría!

Ni una moneda quedaba en la escarcela de seda.
Francisco cerró los ojos pensando en otras monedas de mayor valor que aquellas con que pagaba sus fiestas.

Y de súbito inclinóse, tomó entre sus manos finas la enorme cara monstruosa toda de llagas roída, y un beso, signo celeste, puso en su horrenda mejilla.

Dio el mendigo un alarido,  mezcla de sollozo y risa de asombro y deslumbramiento
de gratitud y de dicha, y palpándose extasiado la mejilla carcomida, gritó:
 -¡Señor, este beso,
Dios en su reino os lo pague!
sólo un divino elegido  limosna tal pudo darme.

Y del rostro de Francisco, en la noche ya caída una luz como de aurora resplandeciente fluía,
en tanto un olor a nardos por los aires se esparcía, y un ángel, sin que él le viera, en la sombra le seguía.

Continuó andando Francisco sin saber lo que pasaba.
Era feliz como nunca pensó que a serlo llegara.
¡Y sintió que en ese instante toda su vida cambiaba!

San Francisco, San Francisco,
que diste un beso al leproso,
¡Cuán grande eres por ello!
¡Cómo eres bello y heroico!
¡Oh San Francisco de Asís,
dulce misericordioso!


1 comentario:

  1. Te esperamos hoy 01/10/2011 a partir de las 5.00pm en nuestra Iglesia San Francisco de Asis, con el primer día del triduo.

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